Hace ya unos meses publiqué la convocatoria del II Certamen Literario
Solidario de Fuencarral y desde entonces, han sido muchas las reflexiones que
me he hecho.
Soy consciente de que no a todo el mundo le gusta escribir. Cada
uno somos de una manera y esto es interesante, porque así nos complementamos
unos y otros.
Sin embargo, os confieso que a mí no es que me guste, es que
me apasiona de tal modo, que no concibo mi vida sin poder dedicarme el mayor
número de horas posibles, cada día, a dicha labor.
¿Y por qué? La razón es muy compleja y al mismo tiempo, muy
simple. Y es que cuando me siento a escribir, el mundo que me rodea se difumina
hasta transformarse en invisible.
De repente, ya nada ocurre a mi alrededor, pues me siento
rodeada por el más absoluto de los silencios. Incluso yo misma desparezco. Dejo
de ser yo desde el momento en que me meto en la mente de mi personaje, porque siento,
pienso y describo como actúa ese nuevo ser en que me transformo.
De esta manera, nada importa lo que yo pueda ser en realidad,
si soy joven o vieja, fea o guapa delgada o gorda, pobre o rica, simpática o detestable,
paciente o gruñona, sabia o torpe.
Puedo moverme, cómodamente, por toda la escala de valores
humanos, desde las más altas virtudes hasta los más detestables defectos. Puedo
ser cualquier cosa, incluso puedo ser hombre, niño o mujer.
Una vez que siento mi personaje como propio, me expreso, hago
y digo como él o ella haría. Y es así como de la nada, surge algo que creo con
mis propias manos, que es fruto de mi inspiración y de mi esfuerzo. Algo que,
con independencia de la situación en que me coloque la vida, nadie me puede
arrebatar.
Normalmente, cuando te sientas ante el ordenador o ante el
cuaderno de tomar notas, por lo general y salvo puntuales bloqueos, tienes
mucho que decir. Las palabras te salen desde lo más profundo de tu ser “alborotadas”,
a una velocidad de vértigo.
Y tanto es así que incluso a veces, dejo las correcciones para
más tarde porque si no, pierdo la multitud de ideas que pugnan por escapar, a
veces de forma ordenada y otras tantas, en completo desorden.
Lo importante es soltar lo que llevas dentro. Más tarde corriges,
corriges y corriges hasta que lo que has escrito te convence, es decir, cuando
estás seguro de que tu historia no puede mejorar, porque la has escrito del
mejor modo que supiste hacerlo en aquel momento concreto de tu vida.
En sí mismo, este es el oficio del escritor. Es algo que te
acompaña siempre y que jamás te abandona. Una vez que empiezas, te atrapa para
siempre.
Ahora viene la segunda parte de este artículo, ¿Por qué participar
en un certamen que es solidario? Bueno, está claro que no es por los premios,
por nada material que puedas ganar, sino por la satisfacción intrínseca a la
empatía.
En casos así, muchas veces me planteo que la vida me ha
colocado en un espacio y tiempo concretos, en una coordenadas bien definidas y
delimitadas y sin embargo, ¿qué hubiese ocurrido de ser distintas mis
coordenadas? ¿Y si no hubiese nacido en Madrid, ni en mi época ni en mi entorno
sino a muchos kilómetros de distancia? ¿Tal vez en la India? ¿Y si fuese una de
tantas niñas pertenecientes a una casta inferior sin derechos, sin educación,
sin opinión, privada de libertad para elegir quién quiero ser y hasta dónde
puedo llegar?
Si yo fuese esa niña, rezaría para que alguien pensase en mí, tan
solo eso.
Al plantear este certamen, pienso en esa niña que yo pude ser.
Sin más.
Para finalizar, para los adultos y niños que habéis decidido
ayudar, os recuerdo que el plazo de entrega de trabajos, para el II Certamen
Literario Solidario a favor de Vicente Ferrer, es hasta el 28 de febrero.
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